Una noche más de reflexión, copa en mano. A raíz de algunas inspiradoras conversaciones mantenidas últimamente con distintas personas que, casualmente, hacía tiempo que no veía… Llevo días pensando en cómo algunos se aferran a una idea absolutamente destructiva y la llevan por bandera. Y aunque ardiese no la soltarían.
Y es que creo que piensan que les viene bien para justificar muchas cosas. Todos esos demonios les hablan cada día, pero lo principal es ser sordo. Acto seguido viene lo de la ceguera y sus irremediables poses.
¿Los vas visualizando, verdad? Hay algo que debemos tener muy claro y así me lo han enseñado en primera persona auténticos profesionales del engaño, del victimismo y de la envidia:
Cuando una persona tóxica no pueda controlarte buscará controlar la forma en cómo otros te ven.
Profesionales del miedo. Porque están muertos de miedo…
Cuando alguien repite tanto algo y necesita expandir un mensaje negativo sobre otro, tiene un claro componente de vulnerabilidad. Es claramente visible ese gran complejo de inferioridad, así como la máscara que decide ponerse, que es la de la falsa fortaleza y seguridad tras hacer un ejercicio de victimismo mayúsculo.
Porque sigue necesitando del otro para ser alguien. Nada encaja. Aunque, a la vez, justo ese hecho es una de las demostraciones más grandes de admiración que podrás recibir.
La envidia es un veneno y lo quiero lejos, pero ya que alguien nos lo derrama encima a todos en algún momento, por lo menos disfrutemos de las vistas.
La envidia es un halago. Justo el halago que jamás querrían emitir esos profesionales de la toxicidad. Una energía contraria a todo ello se vería reflejada en forma de indiferencia o incluso de cierta simpatía.
Desde esa paz que te da estar muy tranquilo contigo mismo y no necesitar demostrarte ni demostrar nada. Así pues, a través de esas últimas conversaciones con amigos y conocidos, las historias y las referencias que se me relataban, he ido recordando cómo eran de verdad… Lo había olvidado.
Y fui consciente de algo:
Qué sanadora es la distancia.
Tú vales mucho más que para estar atado a los anhelos de otra persona.
Vales tanto que hay otras y otros que todavía sin conocerte ya están esperando poder disfrutarte.
Tanto, que tirar por la cloaca tu generosidad empieza a ser un pecado capital… Debes recordarte lo mucho que te gusta poder ser tú mismo y lo que eso genera en todos los demás. Como todos los demás generan en nosotros. Los demás que vienen a aportar, eso sí, con los otros lo que hay que hacer es apartar.
El fin suele ser un inicio esperanzador. Y en este caso, la distancia es la inconsciente paz del que vuela lejos de los carroñeros.
Bendita distancia. Hoy brindo por eternizarla.