En uno de mis momentos favoritos de la semana, copa de vino en mano, he echado la mirada atrás.
La perspectiva del tiempo te regala un aire fresco como ese de los amaneceres de otoño o el de las noches de primavera. Te da esa vista de pájaro tan ansiada, especialmente cuando las cosas no se entendían del todo bien. Hubo un momento en que el puzzle no encajaba y eso que uno tenía clarísimo dónde colocar las piezas. Pasa la tormenta y realmente eres consciente de que esas piezas ya no encajaban porque se habían desgastado. Muchas habían adoptado nuevas formas y su armonía entre ellas ya no era posible. No es que no fueran buenas, es que ya no tocaba jugar con ellas y había que ir a por piezas nuevas.
Esa certeza, como digo, la regala el tiempo. De la misma forma que no podemos olvidar cómo se jugaba, tampoco debemos olvidar por qué se desgastaron las piezas. Encajar de nuevo no debería ser sólo volver a empezar. Creo que hay que hacerlo con la certeza de que en algún momento las piezas volverán a cambiar de forma y dejarán de dibujar armonía. Seguramente, si intentamos jugar desde el aprendizaje, se desgastarán a otra velocidad e incluso podremos empezar un nuevo puzzle antes de tirar el presente a la basura. Desde la calma y la paz que te regala la visión panorámica, hoy me confieso feliz de haber vuelto a jugar.
Con el espíritu de esas noches de primavera y los amaneceres de otoño, mente clara y ojos bien abiertos, se me dibuja una sonrisilla incontrolable. Lejos quedan algunas lagunas a las que aprendí a respetar vacías. También energías y pensamientos generados para bloquear. Así como personas que sin darse cuenta pisaron su propia máscara, rompiéndola, cuando se despistaron y ya no pudieron aguantarla más. Y aunque a día de hoy no pueda decir que el puzzle está completo, sí he sido consciente de que poseo algo que es mucho más importante. Todas y cada una de las piezas de este nuevo y maravilloso juego se están esperando unas a otras para poder volver a encajar.