Su nombre es Rudy Kurniawan. En 1998 este joven indonesio llego a EE. UU. como estudiante de la universidad de California. Rudy era un chico extranjero repeinado que contaba con exquisito paladar para el vino. Un don poco común, pero no digno de sospecha. Sin embargo, las apariencias engañan.
Rudy rápidamente consiguió introducirse en la elite vinícola y convertirse en uno de los mayores agentes de compraventas de vino.
Bastante sencilla. Se limitaba a despegar y pegar de manera casera las etiquetas de botellas.
Sí, despegar y pegar habéis leído bien. Cogía botellas baratas que compraba, las metía debajo del grifo y despega las etiquetas. Después pegaba las réplicas de las etiquetas de las grandes botellas de vinos ¡y LISTO!
Con este simple paso ¡Llego hacerse con una inmensa fortuna y vender una botella por 20.000 millones de euros!
Fue el coleccionista millonario Bill Koch, quien comenzó con las sospechas. No le encajaba que un chico tan joven y con un pasado tan poco relacionado con el vino tuviera botellas tan valiosas y difíciles de conseguir.
Koch y su detective comenzaron a analizar las botellas de Rudy. Y efectivamente, vieron que sus botellas eran un fraude. El vidrio, las capsulas, el pegamento y el papel no encajaban con las de las botellas originales.
En marzo de 2012, el FBI asaltó su casa y encontraron el material de falsificación (pegamento, etiquetas y las extensivas notas de cata…) Fue arrestado y se le impuso una multa de 48.000 millones de euros, y 10 años de prisión.
Es sorprendente que le funcionara durante tantos años esta sencilla táctica. Pero la realidad, es que la inmensa mayoría de estos vinos tan caros e inaccesibles nunca se llegan a beber, se limitan únicamente para un uso de coleccionista.
No hay nada mejor que comprarse un buen Protos Verdejo y disfrutarla con los nuestros. ¡La vida esta para vivirla y coleccionar momentos, no botellas sin abrir!