Las raíces de la bondad
No siempre estamos preparados para soltar. Supongo que los que más nos quieren suelen ser los que más daño pueden llegar a hacernos.
No me refiero de forma directa o intencionada. A veces su partir ya es un puñal atravesando nuestro corazón.
No nos educaron para abrazar la pérdida. Somos un ejército de humanidad batallando a diario contra lo divino y todo aquello que escapa a nuestra realidad material. Estar parece solamente quedarse.
Pero estar… Siempre van a estar. El inevitable misterio de la presencia ausente nos quema por dentro y hasta mordemos de rabia nuestras creencias.
Y los buscamos. Los esperamos girando la calle. Los vemos en las nubes del atardecer. En los campos abiertos donde correr.
En los ladridos lejanos del vecindario.
En ese íntimo escenario donde nos despojamos de los trajes que nos ponemos para aguantar de día: en la noche y en los sueños.
Nos gusta pensar que tal vez en alguna parte seguimos felices sin que nosotros aquí nos enteremos.
Que hay otro lugar donde no se sufrió y todo siguió como debía desde esa bondad que nunca mereció se arrancada sin avisar.
Porque una injusticia es mayor cuando todo cae sobre la devoción más pura y veraz que nace de las almas buenas.
Jamás habrá minutos suficientes de los que no arrepentirse al no haberlos invertido en sus miradas llenas de inocencia y complicidad inmaculada.
No estamos preparados para soltar todo eso porque no se puede soltar. Porque cuando algo ha crecido enraizándose en nuestras partes más puras algo dentro se va también al arrancarlo.
No podemos soltar lo que nos define como aquello que fuimos desde sus miradas. Se llevaron mucho con ese fuerte tirón, pero aquí se queda todo lo que más duele y lo que más felices nos ha hecho.
Esa es la gran certeza que une lo incomprensible con la resignación. El amor verdadero no se puede arrancar.
Xavi Martínez