Siempre me ha encantado la Navidad. Son días románticos. Todo se tiñe de ilusión y luces.
En la época más fría encontramos ese calor familiar que a veces obviamos en algunos periodos del año. Volvemos. Paramos. Bebemos y brindamos. Reímos…
Nos preocupamos por decorar ese árbol con minuciosidad y encanto para que al pasar cada día por delante de él en nuestro salón, de alguna forma, se alargue un poquito más esa Navidad incluso cuando ha terminado.
Regalamos.
Nos regalan.
Suceden cosas extraordinarias y muchas veces presenciamos casualidades increíbles.
Son días especiales. Además, hacemos examen de conciencia y miramos atrás. ¿Qué año verdad? Sigue sin ser fácil.
Parecía insuperable 2020 pero 2021 nos traía una resaca terrible.
Lo noto cada día. Lo veo en la gente. En sus ojos cansados. En sus palabras desgastadas. En sus acciones autómatas. Como si de una inercia agotada se tratara.
Hay que seguir. Hay que pelear. Sí, lo sé y creo que todos lo sabemos. Pero no está siendo fácil. Llega la Navidad como un último capítulo de la temporada más dura hasta ahora de nuestra serie.
Voy a hacer un ejercicio de pausa y de observación. Quiero seguir viendo la ilusión en los ojos de mi madre cuando tiene a su alrededor a su familia reunida.
Quiero fotografiar en mi mente los detalles de mi padre en cada gesto en esas cenas y celebraciones.
Quiero guardar en el disco duro sus caras y alegría porque estas Navidades están con nosotros.
Y aunque lleguemos derrapando y cansados, pensar en todas las «pandemias» personales que han vivido y las batallas que han librado para que sus hijos pudiéramos ser felices y encontrar nuestro camino, me hace querer parar y valorar.
Llegamos cansados.
Pero los que tenemos la suerte de poder disfrutar de los nuestros con salud y en condiciones somos unos privilegiados.
Me lo repito cada día.
Así que este año brindaré más. Reiré más. Empatizaré más. Y fotografiaré más. No para subirlas a instagram. Estas las voy a guardar en mi álbum de vida.
Aquí, muy profundo. Al observar la belleza de esas luces en los balcones, el sonido de los villancicos, la ilusión de los niños, el olor a cenorrio desde la tarde en la cocina…
Al observar todo eso, recordaré que seguimos aquí y que es una suerte vivir.
Supongo que es la Navidad que me pone más sensible.
Será pasar delante de ese árbol iluminado cada cierto rato… Pero sea como sea, hay que estirar la Navidad.
Quiero alargar la magia que tienen estos días y volver a coger aire. Quiero iluminar algunas partes que se han apagado en los últimos años aquí.
Os deseo de corazón que también estiréis vuestra Navidad. Que hagáis muchas fotos mentales. Y que brindéis mucho.
Feliz y eterna Navidad.