El ser humano siempre ha querido tener alas para volar. Y, paradójicamente, no nos damos cuenta, pero lo hacemos constantemente. Como los pájaros, las personas en nuestra vida vuelan. A veces las vemos llegando desde el cielo, bajando, y se quedan cerca. A veces se muestran en la rama de un árbol y nosotros levantamos el vuelo para ocupar ese espacio justo a su lado. Pero la gran mayoría siempre acaba marchándose. De una u otra forma. Ya sea por el peso inevitable del fin de nuestra existencia, o porque deciden retomar el vuelo en dirección contraria a la nuestra. Tal vez seamos nosotros los que en algún momento de sus vidas volemos hacia otro lado. Y entonces sean ellos los que nos vean marchar hacia otra parte del cielo.
Es el vuelo de la vida. Mereció la pena mantener la misma dirección antes de partir. Sin duda. El vuelo que dejas atrás lo llevan tus alas. Y tu corazón. Vuelas por tantos cielos distintos, a veces incluso sin querer llegar a ellos, otras buscando solo nuevas nubes por las que perderte. Y lo más bonito en esta vida, es encontrarte a personas que eternicen ese vuelo cruzando direcciones y encontrándose contigo en el mismo punto, en una aventura que te haga no querer llegar jamás al destino. Solo seguir volando. Esos hacen que te olvides de que las alas pesan. Y cuando haya que parar en alguna rama, en el camino, siempre buscarán la que tenga más espacio. Sin pensar si partirán antes o después, porque el camino ya será sólo uno, y será el mismo. Ese es el vuelo más bonito de nuestras vidas.
Ah! Y una vez allí, antes de subir, no olvides brindar…
Feliz vuelo.